Hace más tiempo del que debería haber pasado, dejé algo por la mitad: las reflexiones de aquel nefasto viaje en bus al aeropuerto. La primera fue la de escribir y teclear... esta es un poco distinta, pero tiene que ver también con la extraña manera en la que nos comportamos hoy en día gracias a los aparatitos que nos han invadido (algunos más útiles que otros, la verdad, pero ninguno realmente necesario, si se ve con objetividad).
Bueno, al grano. En el autobús, todos la pasábamos mal. Llegábamos tarde, habíamos salido más temprano para nada y ahora no sabiamos siquiera si perderíamos el vuelo. Pero había un tipo que estaba contento, que parecía no darse cuenta de nada... porque iba grabándolo todo con su cámara de video (no de vídeo, lo siento).
Esto me hizo pensar que el afortunado era él, que con su pequeño aparato se evadía de lo que pasaba y que, cuando viese lo grabado, no sería capaz de recordar el malestar. Pero luego, bajo la misma óptica, me di cuenta que, poniendo el ojo detrás de la cámara, se estaba perdiendo de la realidad. Y peor, cuando vea las grabaciones, no sabrá qué coño ve, no tendrá ningún recuerdo de haber estado ahi. Solamente recordará haber estado detrás de la cámara, cambiando la cinta o viendo la carga de la batería.
Y es que tenemos esa errada concepción de que grabándolo todo lo recordaremos mejor, pero no nos damos cuenta de que mientras grabamos, perdemos la oportunidad de sentirnos realmente en el sitio, de experimentar lo que pasa, de saborear el momento.
Yo, en lo personal, prefiero acordarme de menos cosas (cada vez menos, sí) que tener cada paso grabado. Me parece más natural. Interactuar con los lugares y las experiencias y poder recordar lo que de verdad me queda grabado y no tener que escarbar en un cajón cada vez que pretenda saber cómo me fue en un viaje que ni recuerdo haber hecho.
Y ese es otro detalle: ¿realmente la gente que graba 12 horas de material en un viaje de una semana vuelve a ver alguna vez todo eso? No creo. Y las cintas quedan ahí, recogiendo moho, descuidadas. Casi peor que los recuerdos, porque este moho se puede ver físicamente.
Una cosa más. Y es que nos hemos acostumbrado, gracias a esta manía de las cámaras y las pantallas, a adorar algo que se proyecta. Qué insoportable es estar en un sitio y no poder hacer nada por evitar ver un televisor. La pantalla siempre le gana a la realidad. En los conciertos, viendo a los artistas que más me gustan tocar mis canciones favoritas a pocos metros de mí, de repente me sorprendo viendo las pantallas gigantes. Como si lo que pasara por ahí fuera más real o más interesante.
No sé si les suena lógico, no sé si puede ser cierto o no. Y la verdad me importa poco. Y no pienso nunca tener una cámara de video (ni de vídeo). Y punto.
martes, 31 de julio de 2007
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